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Religión



La principal característica que define la vida religiosa en Japón es la coexistencia de una religión autóctona, el Shintoísmo y una extranjera, el Budismo.

La mayoría de los japoneses visitan los santuarios Shintoístas y los templos budistas en sus celebraciones anuales, como en el Año Nuevo para despedir el año viejo y dar la bienvenida al año nuevo, o en verano para visitar a las tumbas familiares, también en los rituales especiales que marcan el paso del ciclo de vida, como en los nacimientos, ceremonias nupciales y funerales, entre otros.

Shintoísmo
Con la introducción del cultivo de arroz durante el período Yayoi (300 A. C.-300 D.C.), comenzaron a desarrollarse los rituales agrícolas y los festivales que dieron origen al Shintoísmo. El culto de aquellos tiempos era ampliamente animista y consistía en la adoración de la naturaleza y, durante el período del Túmulo (finales del siglo III a principios del siglo VIII), se fue transformando gradualmente en el culto a las deidades ancestrales.

Con la llegada de las doctrinas budistas altamente estructuradas, en el siglo VI, las creencias nativas empezaron a ser sistematizadas por el Shintoísmo y ambas religiones empezaron a interactuar. El ejemplo más característico de esta interacción es la teoría en la cual las deidades Shintoístas eran vistas como encarnación de las deidades budistas.

El deseo de darle legitimidad al linaje imperial condujo, en el siglo VIII, a la compilación de dos libros sobre la historia del Japón según los cuales el legendario primer emperador del Japón es el tataranieto de la Diosa del Sol quien encabeza las deidades que residen en la Alta Planicie Celeste. Esta creencia fue nuevamente enfatizada por el gobierno del período Meiji (1868-1912), y así el Shintoísmo se convirtió en la religión nacional hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.

A diferencia de otras religiones, la ausencia de escrituras sagradas oficiales en el Shintoísmo refleja la falta de preceptos morales de la religión. Sin embargo, el Shintoísmo destaca la purificación a través de los rituales, y sigue reflejando la percepción del pueblo japonés que aprecia la divinidad en los fenómenos naturales y todos los aspectos de la vida.

Budismo
El Budismo, originado en India alrededor del siglo V a.C., llegó a Japón proveniente de China y luego de Corea a mediados del siglo VI. Con el patrocinio imperial, se diseminó rápidamente en la clase alta. Mientras se construían numerosos templos y estatuas budistas, la coexistencia del Budismo y el Shintoísmo continuó. Las sectas budistas predominantes de aquellos tiempos eran esencialmente académicas con poca influencia en la población.   Luego, a finales del período Heian (794-1185), se difundieron entre la clase plebeya las sectas budistas populares cuyas doctrinas les enseñaban que se lograba la salvación simplemente recitando el nombre de Buda.

A principio del período Kamakura (1185-1333), la escuela del Budismo Zen fue transmitida de China y aceptada entre la elite guerrera japonesa en virtud de su carácter directo y del énfasis en la autodisciplina y meditación. La práctica zen consistía en la meditación sentada y en mensajes expresados con parábolas como medios para lograr la iluminación.

En el período Edo (1600-1868) los templos budistas fueron utilizados por el gobierno como agencias de registro nacional y el Budismo empezaba a perder su vitalidad.

A principios del período Meiji (1868-1912), con la separación oficial del Budismo y el Shintoísmo, fusionados por mucho tiempo, el Budismo se debilita aún más cuando el gobierno adopta al Shintoísmo como religión nacional. Como respuesta a este hecho y debido al cambiante entorno social del siglo XX, el Budismo se vio obligado a buscar un nuevo papel en el Japón moderno.

Cristianismo
El cristianismo se introdujo al Japón por el misionero Francisco Javier en 1549. Las actividades de los misioneros jesuitas estuvieron centradas en Kyushu, la isla más al sur de las cuatro islas principales. Seis feudales regionales llegaron a convertirse al cristianismo hacia 1579 y el número de creyentes alcanzó a más de 300.000 hacia 1600.

Pero más tarde hacia fines del siglo XVI, el cristianismo es sospechado de ser una mala influencia para el país y sus fieles son perseguidos y prohibidos por el gobierno. Alrededor de 3.000 fueron ejecutados, otros tantos renunciaron a su fe y más de 30.000 mantuvieron su culto en la clandestinidad durante más de 200 años. Hasta que a finales del siglo XIX Japón es forzado por las potencias occidentales a terminar su aislamiento y tolerar el cristianismo.

Hoy en día, la Constitución del Japón garantiza la libertad de culto, pero a pesar de esta libertad, de la popularidad de las bodas cristianas y de la familiaridad que ganó esta nueva religión, el número de creyentes no se ha incrementado demasiado (3,170,000 creyentes, 2.5 % de la población; en 1996). El cristianismo como religión es, de alguna manera, ajeno para muchos japoneses. Tal vez sea porque el énfasis en la fe exclusiva a un solo dios cristiano requiere un fuerte compromiso para rechazar el politeísmo más relajado del Shintoísmo y el Budismo japoneses.









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